Estoy acompañando en psicoterapia a una mujer con la que hemos hablado muchísimo del cansancio que ha sentido desde que se convirtió en mamá. Un agotamiento importante y crónico en sus ya 3 años de maternidad. En nuestras sesiones reflexiona acerca de lo intenso que es este cansancio, que pareciera que no se acaba nunca y que, aunque tenga tiempos y momentos de descanso, no se recupera. Y en ese reconocimiento me comenta que nunca le dijeron esta parte de ser mamá, que no se lo compartieron cómo en realidad se vive.
Yo la escucho y pienso “Ay la maternidad, tanto que nos regala y tanto que nos desafía”. Una de las cosas que más he conversado con otras madres, en la consulta, en la amistad, con mi propia madre, es sobre aquello que no nos contaron antes de ser madres. Y cómo experimentarlo nos ha hecho sentir en algún momento estafadas porque sólo nos vendieron la parte bonita del asunto. Déjame mostrarte cómo se sienten algunas madres:
“No me contaron que iba a dormir tan poco y mal. Que iba a sentirme tan agotada, jamás me había cansado tanto en la vida como cuidando a un ser humano 24/7”
“No me advirtieron de la soledad, de que al rato de que nace la guagua, todo el mundo continúa con su vida y yo me iba a quedar sola con mi guagua la mayor parte del día y cuánto duele eso después de haber tenido una vida social bien activa”
“Nadie me hablo del miedo, el miedo que iba a sentir a cagarla, a cuidarlo mal, a quedarme dormida con él en brazos, a no saber como ayudarlo si se atraganta, a no saber cuidarlo al salir de casa”
“No se me notificó con anterioridad lo rudo que es seguir siendo pareja amorosa y sexual luego de que llegan los hijos. Lo mucho que se tensionan y desgastan las relaciones de pareja”
“Esto sí se me avisó, pero distinto es vivirlo. Y es que las mamás aman demasiado a sus hijos. No es un enamoramiento y la mayoría de las veces no le lleva mariposas en la guara ni sonrisas y cariños, pero implica cosas más complejas y profundas, como estar dispuesta a dar la vida por ellos”
“No sabía que al ser mamá iba a comprender tanto a mi propia mamá. Que entendería sus decisiones y sus faltas, que entendería su cansancio. Que entendería su dolor al ir a trabajar y separarse de mi”.
“No me contaron la cantidad de contradicciones que iba a sentir. Quiero estar con mi guagua, pero quiero estar sola y tener tiempo para mí. Lo quiero cerquita mío, pero lo necesito lejos a ratos porque a veces es demasiado”.
“No sabía lo pérdida que me iba a sentir a veces respecto de quién soy. No me contaron cómo iba a recuperar ese lugar conmigo misma. No me contaron como reencontrarme. No me contaron que iba a desaparecer porque todo el espacio lo iba a ocupar mi guagua”.
Conversar sobre la vertiginosa experiencia que puede llegar a ser el convertirse en mamá, es tan importante como hablar de cuna, pañales y ropa. Conversar sobre la intensidad emocional, los cambios, los miedos, las necesidades, pretende únicamente hacer más humana la vivencia de ser madre, salir de los estándares irreales de que todo es amor y disfrute, y permitirnos vivir una maternidad real, con ambivalencias, con dudas, sin culpas. Conversar sobre la experiencia materna nos ayuda a reconocernos en los procesos de otras madres, y eso siempre es bonito y sanador. Saber que lo que sentimos y pensamos no es algo que sólo me pasa a mí, y permitirnos verbalizar emociones e ideas que socialmente pueden ser castigadas, alivia y nutre una vivencia materna real.
Te invito a que hablemos de las maternidades de verdad, de esas que están llenas de placer y también de dudas y dolor. Hablemos para que entendamos nuestros sentires. Hablemos para que no se nos quedé el dolor ahí, enterrado en el cuerpo. Hablemos para acompañarnos. Hablemos para estar mejor para criar a nuestrxs hijxs.
Cariños,
Bárbara