Matrescencia: comprender la transformación de la maternidad

¿Y si la maternidad no fuera un instante, sino un viaje de transformaciones que todavía no sabemos nombrar del todo?

Tengo un hijo de 8 años y aún me siento en permanente transformación. Ser mamá ha sido uno de los viajes de mayor autoconocimiento que he vivido. Y no lo digo desde un punto de vista romántico, profundo ni místico —aunque tiene de eso también—, sino desde un lugar donde conviven el caos con la calma. Hay tanto amor como frustración, hay ambivalencias, y constantemente me estoy mirando a mí misma en mi rol de mamá, pero también en mi rol de mujer. Nunca me imaginé que ser mamá traería tantas reflexiones, emociones y experiencias.

Porque cuando hablamos de maternidad solemos pensar en la llegada de un bebé, el inicio de la lactancia o la etapa del posparto. Sin embargo, detrás de esos hitos existe un tránsito mucho más profundo, que transforma a la mujer en todas sus dimensiones: física, emocional, social y espiritual. Ese tránsito tiene nombre: matrescencia.

¿Qué es la matrescencia? Una definición necesaria

Nombrar esta experiencia no solo es un acto de validación para las madres, sino también una herramienta valiosa para quienes acompañamos desde lo profesional. La matrescencia describe el proceso de cambio integral que vive una mujer al convertirse en madre. Se la ha comparado con la adolescencia porque ambas son etapas de transición vital, llenas de cambios, duelos y redefiniciones de identidad.

No se limita a la gestación ni al postparto inmediato. Puede extenderse durante años y abrir preguntas existenciales sobre quién soy ahora, cómo se reconfiguran mis vínculos y qué lugar ocupan mis proyectos en esta nueva etapa.

Un poco de historia

La antropóloga Dana Raphael acuñó el término en 1973 en su libro The Tender Gift: Breastfeeding. Su propósito era mostrar que la maternidad no debía reducirse a un evento biológico, sino entenderse como un proceso vital, al igual que la adolescencia.

Durante décadas, la matrescencia quedó invisibilizada por un discurso centrado en patologías postparto. Solo en los últimos años el concepto ha resurgido, gracias a voces como la de la psiquiatra Alexandra Sacks, quien lo popularizó en medios y conferencias, devolviéndolo al debate académico, clínico y social.

Una adolescencia de la maternidad: claves para comprenderla

Comparar la matrescencia con la adolescencia no es un gesto antojadizo. Ambas son etapas de transformación vital en todos los planos de la existencia, y este paralelismo nos permite dimensionar la magnitud de lo que implica convertirse en madre. Así como la adolescencia no se reduce a cambios físicos visibles, sino que abre un proceso de reorganización emocional, identitaria y social, la matrescencia también trasciende el nacimiento de una cría y se instala como un tránsito profundo y prolongado.

En el cuerpo, la transformación es evidente: se modifica la forma de habitarlo, de percibirse, de reconocer sus límites y posibilidades. A nivel cerebral, hacia el final de la gestación se produce incluso un proceso de poda sináptica, una reorganización que prepara al sistema nervioso para responder a las demandas de la maternidad. No es exagerado decir que el cerebro materno se esculpe para este nuevo rol.

En lo emocional emergen ambivalencias intensas: amor y cansancio, plenitud y pérdida, gratitud y culpa. Muchas madres relatan sentirse atravesadas por fuerzas aparentemente opuestas, como si la maternidad abriera un espacio donde conviven el asombro y la vulnerabilidad.

La identidad también se ve interpelada. Surgen preguntas esenciales, ¿quién soy ahora como madre?, ¿qué queda de la mujer que era antes?, ¿cómo se entrelazan estas versiones de mí? Esta reconfiguración identitaria, a veces vivida con entusiasmo y otras con duelo, marca el pulso de la matrescencia y se convierte en uno de sus núcleos más profundos.

Finalmente, las relaciones sociales se reorganizan. Los vínculos de pareja enfrentan nuevas tensiones y reajustes, las amistades cambian, las redes familiares cobran otro lugar y la comunidad se convierte en un espacio donde la mujer debe negociar su nuevo rol. La madre ya no ocupa el mismo lugar que antes; su pertenencia y sus prioridades se redefinen.

Mirar la matrescencia desde esta amplitud nos permite comprender que no se trata de una etapa pasajera, sino de un verdadero umbral de transformación. Un umbral que, igual que la adolescencia, puede ser desafiante, pero también está lleno de oportunidades para crecer, redefinirse y encontrar nuevas formas de habitar el mundo.

Te invitamos entonces a reflexionar con nosotras, ¿Y si empezáramos a mirar la matrescencia no como un desafío individual, sino como un proceso humano y social que merece ser reconocido, acompañado y sostenido por todos?

Abrazos del alma,
Bárbara

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